Ciencia y tecnología para un desarrollo sostenible

Autor: Gastón Fernández Palma Presidente de MAIZAR / Fecha: 25/01/14

Hasta hace algunos años el maíz era un grano excedentario en el comercio mundial. Hoy es el recurso renovable más valioso del planeta. Este cambio se dio como consecuencia del crecimiento que viene mostrando a nivel mundial la transformación de maíz por parte de las distintas industrias que separan sus componentes, como las moliendas húmeda y seca, principalmente en China, India, Corea del Sur y otros países asiáticos, el bioetanol en Estados Unidos y las industrias vinculadas con la nueva bioeconomía como el biogás. 
El incremento de la población mundial y de su poder adquisitivo previsto para los próximos años supone una demanda que continuará creciendo y brindando grandes oportunidades de desarrollo genuino a los países como Argentina, que tienen como base a las cadenas agroindustriales. El desarrollo de cosechas más productivas a partir de la ciencia y la tecnología, con la biotecnología como herramienta fundamental, es el único camino para alcanzar en 2030 la estimación que las Naciones Unidas considera necesaria: aumentar la producción mundial de alimentos en un 50%, sin incrementar la superficie cultivada.
La producción agroindustrial moderna tiene una gran capacidad para generar divisas, empleo, inversión y desarrollo regional, pero también ha evolucionado hacia un mejor cuidado del ambiente y  de la salud. La biotecnología junto a la siembra directa permitió a los agricultores eliminar casi por completo las labranzas de sus campos, mejorando así la conservación del suelo, con una mejor retención de agua, menor erosión y reduciendo los residuos de herbicidas, entre otras ventajas. La suma de la biotecnología y las buenas prácticas agrícolas permitieron reducir las emisiones de millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) a la atmosfera y minimizar las aplicaciones de pesticidas.
Los consumidores tenemos la tranquilidad de que la biotecnología agrícola es segura. Estas cosechas fueron objeto de numerosos estudios y declaradas seguras por paneles científicos de todo el mundo. En los años en que se llevan comercializando no se ha documentado ni un sólo caso de deterioro de un ecosistema ni que ninguna persona haya contraído una enfermedad como consecuencia de los alimentos procedentes de la biotecnología, cuya evaluación de seguridad es mucho más rigurosa que la de los alimentos convencionales. Además, la biotecnología agrícola ha dejado atrás el enfoque puramente productivo y se centra ahora en aportar beneficios para la salud del consumidor, gracias a la introducción de alimentos funcionales con valores nutritivos añadidos, como es el caso del arroz dorado, que resuelve el problema de la deficiencia de Vitamina A en los países más pobres.
Sin embargo, a pesar de todos los beneficios económicos, sociales y ambientales que generan a nuestro país y al mundo las cadenas de valor agro alimentarias, hace algún tiempo comenzamos a ver que están siendo difamadas por grupos, que si bien son minúsculos, cuentan con un apoyo nacional e internacional no menor. Están agrediendo los agro negocios, las buenas prácticas agrícolas, la siembra directa, el uso de fitosanitarios, la biotecnología, la seguridad jurídica de las agro empresas, etc. Pero lo que atacan en realidad bajo este paraguas pseudo ambientalista son los valores inherentes a la democracia. Se intenta derribar la institucionalidad, la Constitución, las libertades individuales, el sistema republicano y como objetivo final la propiedad privada en todos sus aspectos. Enorme cantidad de mitos, mendacidades y calumnias se nutren desde las usinas de un periodismo amarillista, con informaciones pseudo científicas sin respaldo académico   verificable, que elude permanentemente el debate científico.
Evitar confrontar con estos grupos anti ciencia y adoptar una actitud pasiva y netamente defensiva frente a estos ataques es un error que la historia mostrará como grave e irrecuperable. Ha llegado el momento de decir basta, y pasar de una posición timorata, pusilánime y defensiva, a una acción proactiva. La biotecnología y la agricultura moderna tienen una enorme cantidad de fortalezas que no estamos defendiendo adecuadamente. Es fundamental desarrollar un mensaje generalista, simple, llano y verdadero, para lo cual el esfuerzo conjunto resulta imprescindible.
Esta batalla no se va a ganar jugando con la información entre nosotros, por técnica y precisa que fuera. Asumir una actitud mezquina o corporativa tampoco es la mejor estrategia. Cada uno de los sectores involucrados, de acuerdo a sus posibilidades, debería asumir su compromiso, sin mirar lo que hace el resto. Estamos convencidos que es fundamental mejorar el diálogo y mostrar a toda la sociedad cómo fue, es y será posible proveer de alimentos, no solo a la ciudadanos de nuestro país, sino a gran parte de los habitantes del planeta, sin comprometer la sostenibilidad ambiental y a la vez generando empleo y desarrollo regional. El sector agro alimentario, ha sido poco eficiente en la comunicación hacia la sociedad, mostró y muestra falencias severas para su integración al cuerpo social y es blanco fácil para sus adversarios.
Cuando estos activistas traen sus ideologías desde otras partes del mundo buscan atacar nuestra identidad y nuestro arraigo a las actividades que hacen prosperar y desarrollarse a nuestro país y a otros. A las bases de nuestro sistema educativo que albergó a tres premios Nobel en ciencias, a los cimientos de la actividad que nos une con nuestro pasado pre hispánico: la agricultura del maíz. Desconocemos por qué disponen de tantos recursos económicos y qué intereses buscan quienes los financian y los manipulan. Sin embargo, como argentinos debemos evitar caer en la trampa de creer que este tipo de ataques externos persigue nuestro bienestar. Estos ataques a nuestra forma de producir, de cuidar nuestros suelos y nuestras familias no traen ninguna solución a nuestros problemas ni tienen ninguna posibilidad de mejorar el futuro de nuestro país. Por el contrario, si las pocas actividades económicas de la Argentina que generan empleo, investigación científica y prosperidad son atacadas y destruidas, ¿qué haremos después?
Las denuncias de estos activistas intentan arraigarse en nuestra empatía y nuestros miedos, sin importarles el esfuerzo que hacemos la mayoría de los argentinos por tener un empleo mejor y poder progresar buscando alternativas superadoras para producir lo que el mundo requiere. La cadena del maíz argentino es un ejemplo de cientos de miles de argentinos que buscan un camino mejor, desde los científicos que investigan la genética del maíz y la aplican a través de la biotecnología y otras tecnologías, hasta quienes venden un choclo, un bife o una gaseosa en un comercio. Pasando por los profesores y maestros que forman a los futuros profesionales, hasta los técnicos u operarios necesarios para ocupar cada uno de los puestos de trabajo que se podrían seguir creando.
Una economía sana, con una agricultura exitosa, establece siempre una interrelación entre desarrollo agrícola y desarrollo económico. Es obvio entonces que este desarrollo depende del diseño y la aplicación de una política de Estado que asuma como estratégica la inversión integral en la cadena de valor del maíz, para que sus integrantes sean percibidos como lo que son: aportantes fundamentales a la riqueza y fortaleza del país. El potencial de crecimiento de la cadena del maíz no tiene límites y la Argentina dispone de las más modernas herramientas para maximizar la producción de maíz y su transformación en múltiples productos con una estrategia común que permita superar las barreras al desarrollo que aún existen para el corto, mediano y largo plazo. Es hora de enfrentar la realidad y de lograr en el presente las promesas del futuro.
Para lograrlo se debe devolver seguridad jurídica, previsibilidad y rentabilidad mediante la eliminación de retenciones, cupos, ROEs y todas las trabas que aun existen para la producción y el comercio interior y exterior de maíz y todos los productos de la cadena. Basta de usar como pretexto la seguridad alimentaria y la mesa de los argentinos. La misma estuvo, está y estará asegurada a través de la generación actual de biomasa suficiente para alimentar 400 millones de habitantes. No queremos ser más el justificativo de la mala praxis en la conducción económica del Estado.