Unidos para desarrollar estrategias de comunicación

Autor: Alberto Morelli / Fecha: 26/01/16

Unidos para desarrollar estrategias de comunicación
Existen hoy tres líneas de pensamiento que influyen sobre las decisiones que se toman en relación al cultivo del maíz, su tecnología y su comercio. En primer lugar está la visión de la "seguridad alimentaria" o "la producción y la tecnología son la solución", en otras palabras cómo se puede responder a las demandas actuales y futuras de los miles de millones de habitantes del planeta que aspiran a niveles de ingreso equivalentes a la clase media y demandan una dieta cada vez más rica en proteínas animales. En esta visión, aumentar la producción a partir de la ciencia y la tecnología es la condición indispensable para alcanzar el éxito.
La segunda línea de pensamiento la podríamos llamar: "la producción y la tecnología son el problema". Es aquella que manifiestan los activistas que se oponen a la tecnología agrícola y atacan a la biotecnología aplicada a los cultivos. Esta visión tiene un fuerte componente ideológico y de discriminación en contra de los países en desarrollo. Quizás su base conceptual tiene que ver con el rechazo de la ciencia y la tecnología como la base para la toma de decisiones y el ataque a quienes intentan buscar soluciones a los problemas de la alimentación y la sustentabilidad de los ecosistemas a partir del desarrollo y uso de la tecnología moderna.
Estos dos marcos de referencia se apoyan en un tercer espacio de discusión: "quién fija la agenda", que tiene que ver con los intereses y las agendas de los distintos países. Las trabas arbitrarias que aplican algunos de nuestros clientes son un ejemplo. Es sabido que el miedo al cambio es algo innato del ser humano.
Los productores de los países exportadores pueden aprovechar al máximo la creciente demanda de alimentos de mayor calidad mediante la adopción continua de la ciencia, mejores prácticas agrícolas y biotecnología. En los países que han adoptado la biotecnología, se impulsó el rendimiento y la calidad de los granos, se redujo la intensidad de aplicación de sustancias químicas y se mejoraron los ingresos de los productores. La biotecnología agrícola es un componente clave de la bioeconomía general, que es necesaria para satisfacer de manera sostenible a una población mundial en crecimiento, mitigando a su vez los efectos del cambio climático y al mismo tiempo protegiendo los valiosos recursos naturales.
No obstante, el tiempo necesario para llevar nuevas tecnologías de cultivo al mercado aumenta de manera irrazonable a causa de retrasos en los procesos de aprobación, tanto de los países productores como los importadores. Los funcionarios de gobiernos y científicos en todo el mundo reconocen la seguridad de la biotecnología, pero los retrasos técnicos y políticos de la aprobación de nuevos eventos biotecnológicos siguen creando interrupciones reales y potenciales al comercio.
Existe una necesidad fundamental de que los gobiernos en todo el mundo vuelvan a examinar cómo se regulan los productos derivados de la biotecnología. Como países exportadores de maíz cuyos productores cultivan cepas biotecnológicas, la Argentina, Brasil y los Estados Unidos enfrentamos muchas de las mismas barreras al comercio mundial de maíz y productos derivados.
Con el objetivo de colaborar en el ámbito mundial para comunicar los asuntos clave relacionados con la seguridad alimentaria, la biotecnología, la protección del ambiente, el comercio y la imagen pública de los productores, las organizaciones vinculadas con la producción de maíz de Brasil, Estados Unidos y Argentina (Abramilho, National Corn Growers Association, US Grains Council y Maizar) formalizamos la creación de la Alianza Internacional de Maíz, llamada MAIZALL.
El crecimiento de la clase media ejerce una presión constante en los insumos y los precios de los alimentos, aumentando así las preocupaciones sobre la seguridad alimentaria.La falta de políticas reglamentarias y de comercio predecibles, funcionales, prácticas y fundamentadas en la ciencia, mediante las cuales los gobiernos mundiales puedan revisar y aprobar nuevas tecnologías de cultivos, imponen una carga agobiante sobre la innovación. Para los productores, los retrasos en la introducción de tecnologías nuevas significan oportunidades perdidas para lograr mayores rendimientos y costos de producción más bajos. Para los consumidores, que enfrentan precios de alimentos cada vez más altos, las consecuencias son aún más graves.